La coma y el punto

CAMILLE PISSARRO

Exposición del pintor impresionista en el Museo Thyssen

GALERÍA DE IMPRESCINDIBLES / 303

Nunca es ocioso recordar que los impresionistas, aplaudidos hoy por todos los públicos, fueron vituperados por la crítica de su tiempo y se consolidaron gracias, precisamente, al rechazo de las instancias hegemónicas y oficiales. Los críticos fueron en su momento hostiles, crueles y sarcásticos con ellos. A cambio tuvieron el apoyo de no pocos escritores que amaban el arte y escribían de pintura: Zola, Huysmans, Mallarmé, Maupassant…, compañeros de la tertulia del Café Guerbois, en la que reinaba Édouard Manet y que frecuentó en una época Camille Pissarro.

Manet fue el puente entre los impresionistas y sus fuentes inspiradoras. De un lado, el romántico Eugène Delacroix y su reivindicación de los colores vivos, su pincelada más suelta y su menor atención al acabado perfecto del dibujo. De otro, el paisajismo realista de Jean-Baptiste Corot y Gustave Courbet, que salieron a pintar al aire libre, aunque terminaban sus lienzos en el estudio. De cualquier modo, se trataba de reaccionar contra el tradicionalismo clasicista de Jacques-Louis David y Jean-Auguste Ingres y su alambicado y escenográfico perfeccionismo.

Camille Pissarro, por edad y actitud, aparece como el hermano mayor de los impresionistas, como su piedra angular –oculta, por tanto, a veces–, como el maestro de sus cultivadores epigonales –Paul Cézanne, Paul Gauguin, Vincent Van Gogh– y como el renovador del movimiento cuando, con Paul Signac y Georges Seurat, impulsó, durante unos pocos años, el neoimpresionismo.

Camille Pissarro no era francés. Nació en 1830 en Charlotte Amalie, capital de Santo Tomás, que entonces estaba bajo dominio de Dinamarca y hoy es una de las Islas Vírgenes de los Estados Unidos. Su padre era comerciante, un judío sefardí de origen portugués, y su madre era una criolla dominicana. Pissarro tuvo que hablar español, tanto más cuando, después de haber estudiado interno en París y haberse iniciado en la pintura –contra el criterio de su padre– en Santo Tomás, pasó dos años en Venezuela, a partir de 1852, pintando paisajes con el artista danés Fritz Melbyl.

En 1855 volvió a París, realizó estudios académicos de pintura y tuvo como principales maestros a Gustave Courbet y, sobre todo, a Camille Corot. Son los tiempos de la llamada Escuela de Barbizon –Baudelaire negó que fuera una escuela–, de la pintura en plena naturaleza junto a los bosques de Fontaineblau, en esa pequeña aldea al sureste de París –a 20 kilómetros–, en la que pintaron mucho y bien, además de Corot, Théodore Rousseau, Charles-François Daubigny y Jean-Francois Millet. En 1859, Pissarro colgaría su primer cuadro en el Salón de París.

Los primeros contactos amistosos con los futuros impresionistas se inician en esos años, pero se rematan y consolidan después de una segunda y decisiva estancia en Londres. Pissarro viaja a Londres en 1870 huyendo de los estragos de la guerra franco-prusiana, y allí tienen lugar varios acontecimientos decisivos en su carrera y en la imbricación del grupo impresionista: Pissarro ve de cerca los paisajes de John Constable –siempre inspirador– y, sobre todo, las explosiones libres y luminosas de William Turner. Además, refuerza su amistad con Claude Monet y conoce al galerista Paul Durand-Ruel, personaje clave en su trayectoria y en la de todos los impresionistas. Dicho sea de paso, Pissarro vendió muy pocos cuadros en vida y, a su regreso de Londres, habían saqueado su casa y habían destruido más de mil lienzos.

Entre 1874 y 1886 se celebraron las ocho exposiciones de los impresionistas, y Camille Pissarro fue el único artista que participó en todas: pintura al aire libre, colores puros y vivos, temas de la vida cotidiana, ejecución rápida –o así lo parece– y pinceladas muy visibles, en forma de coma, como arrastrando el pincel. Los impresionistas causan espanto, como se ha dicho, entre la opinión más conservadora, pero también tienen partidarios y, mal que bien –depende–, van saliendo adelante.

Pissarro se había casado en 1871, a los 41 años –cuando ya tenía blanca su larga barba– con Julia Vellay, una sirvienta de su madre. Vivieron fuera y cerca de París, en Pontoise y Louveciennes –junto a la naturaleza y a las tareas del campo–, y, bastante más tarde, el empeoramiento de una dolencia en los ojos del artista le dificultó desenvolverse al aire libre y aconsejó la residencia y el trabajo en ciudades, lo que se refleja como recorrido cronológico y temático en las 79 obras expuestas en el Museo Thyssen.

Camille Pissarro fue un hombre de ideas anarquistas, cercano a los planteamientos anarcocomunistas de Piotr Kropotkin. No es fácil ver en sus cuadros el reflejo de sus posiciones políticas. Sin embargo, Pissarro colaboró en el periódico Le Révolté –luego, La Révolte–, fundado en 1879 por Kropotkin durante su exilio parisino.

La editorial Casimiro acaba de publicar Desgracias sociales, un libro que recoge 28 dibujos a lápiz realizados por Pissarro entre 1889 y 1890, inspirados en artículos de La Révolte, y ahí son evidentes las inquietudes políticas y sociales del pintor: el capitalismo, el dinero y la Bolsa como infiernos, los jerarcas eclesiásticos, los pobres, los patronos, los trabajadores esclavizados, los viejos, los vagabundos, los suicidas, los mendigos…

Pissarro tuvo ocho hijos con Julia Vellay, casi todos artistas, y, uno de ellos, muy destacado: Lucien Pissarro. Lucien fue compañero de viaje de la penúltima aventura de su inquieto padre: el neoimpresionismo. A partir de 1886, Camille hizo evolucionar el impresionismo, con Signac y Seurat, hacia lo que se dio en llamar el puntillismo.

Durante cuatro años, aproximadamente, Pissarro –antes de volver a un impresionismo renovado– se alineó con los pintores citados en una nueva propuesta artística y, sobre todo, técnica que Paul Signac explicó y precisó perfectamente en un libro de 1899 también editado este año por Casimiro.

Ahí están la vieja deuda con Delacroix y las concreciones de los neoimpresionistas o puntillistas: los colores vivos y puros, sí, pero lo que Signac resume en tres conceptos diferenciadores: la mezcla óptica, el toque dividido y la técnica metódica y científica, todo ello destinado a la luminosidad armónica.

Camille Pissarro murió en noviembre de 1903 y está enterrado en el cementerio parisino de Père-Lachaise.